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La Merced y los mercados del Siglo XX – Origen e historia de la actual Central de Abasto (Parte 3)

La Ciudad de México, hasta 1860, contaba con cinco mercados: Antigua del Volador, ubicado a un costado de la Plaza Mayor...

“Si no está en La Merced, pues no existe”. Ideario popular del capitalino y voces en la Ciudad de México

La Ciudad de México, hasta 1860, contaba con cinco mercados: Antigua del Volador, ubicado a un costado de la Plaza Mayor, donde solía representarse el ritual prehispánico de El Volador, de donde toma su nombre; el Iturbide, situado en la antigua plaza de San Juan, que abrió sus puertas el 27 de enero de 1850; el de Jesús, establecido en 1857; el de Santa Catarina, situado en la plazuela del mismo nombre y que comenzó a funcionar en 1853, y El Baratillo, entonces el mercado por excelencia y el más visitado debido a que los precios de sus mercancías eran los más accesibles para la mayoría de personas La historia y desarrollo de estos cinco mercados, nos llevan al origen y desarrollo del mercado de La Merced.

Al oriente de la capital de la Nueva España, la antigua Ciudad de México, se fundó en 1594, junto a la Acequia (canal) Real, el Monasterio de Nuestra Señora de la Merced de la Redención de los Cautivos, mejor conocido como Convento de la Merced, que pertenecía a la orden Mercedaria. Junto a la fundación del convento, la actividad comercial comenzó a desarrollarse, ya que a unos pasos se situaba el embarcadero de Roldán, que era el muelle del canal de La Viga donde desembarcaban frutas y verduras frescas en canoas provenientes de Xochimilco y Tláhuac, Chalco y Texcoco. Dicho sitio se mantuvo en actividad hasta finales del siglo XIX. Con motivo de la aplicación de las Leyes de Reforma, el 30 de mayo de 1861 se aprobó la demolición del templo de la Merced, iniciando su demolición en 1862. El edificio del convento se salvó de la aplicación de la ley, convirtiéndose en uno de los pocos ejemplos que quedan de arte mudejarismo en el continente americano.

El arte mudéjar es un estilo artístico que se desarrolla en los reinos cristianos de la península ibérica, pero que incorpora influencias, elementos o materiales de estilo hispano-musulmán. Los comerciantes del embarcadero se asentaron en el espacio que quedó libre tras la demolición, volviéndose los precursores del Mercado de la Merced. En la década de 1860, se decidió ubicar la actividad comercial bajo un mismo techo y se construyeron los edificios en los terrenos del antiguo monasterio. En ese tiempo la plaza mayor era el sitio destinado para las actividades comerciales principales, incluidas las relacionadas con el mercado de abastos. Hacia 1791 al lado del palacio virreinal, el Mercado del Volador que, al correr el tiempo, se saturó con puestos de todo tipo, originando olores molestos de productos perecederos, lo que motivó la necesidad de buscar alguna alternativa. Por lo mismo, sus comerciantes fueron cambiados al terreno donde había estado por años el templo mercenario, surgiendo así en 1863 el primer mercado al aire libre o tianguis de ese barrio. Este hecho ocasionó que La Merced cobrara más importancia y adoptara al comercio como su actividad principal, construyendo en ese año los primeros edificios permanentes.

Esta forma de comercio se mantuvo hasta el año 1890, cuando el entonces presidente Porfirio Díaz inauguró el “antiguo” edificio de La Merced, dando pie al segundo capítulo en la historia del mercado. El inmueble se levantó exprofeso para el mercado en el barrio de La Merced, destacándose en su ramo como el más importante; tenía 85 metros de largo por 12 de ancho, techumbre de fierro galvanizado y piso de baldosas. La cercanía de La Merced con los muelles principales del Canal de la Viga la convertía en un lugar privilegiado para el almacenamiento de legumbres, cereales, carnes, animales de caza, huevo, derivados de la leche, pescado y frutas, principalmente. Desde allí se distribuía el Abasto a los demás mercados de la ciudad a finales del siglo XIX. La llegada del ferrocarril, en la segunda mitad del siglo XIX, permitió en México la movilidad de una gran cantidad de insumos comestibles y productos perecederos provenientes de lugares muy distantes. Uno de los puntos más importantes de abastecimiento en la zona centro fue, sin duda, la Ciudad de México. En el siglo XIX continuaba la cacería de aves acuáticas en los lagos del valle, calculando que los capitalinos consumían cerca de un millón de patos anuales. Durante el siglo XIX hubo un creciente deterioro en materia de abasto de alimentos, derivado de las convulsiones políticas. El porfiriato, aunque fue una era dictatorial, trajo consigo mejores condiciones para el comercio.

Es entonces cuando empiezan a surgir los tendajones (tiendas pequeñas) o estanquillos (tienda pobremente abastecida). En 1900 había doce mercados, ubicados en diversos puntos de la ciudad, entre ellos los de La Merced, San Juan o Iturbide, San Cosme, Martínez de la Torre, en la colonia Guerrero; y el Baratillo en Tepito. Los dos primeros concentraban a la mayor parte de locatarios de la ciudad, no solo en su interior sino en las abarrotadas vías públicas a su alrededor. Los tres restantes se convirtieron en referentes de la actividad comercial: San Cosme al poniente, Martínez de la Torre en las cercanías de la estación de ferrocarriles de Buenavista, y Tepito al nororiente, cerca de vías importantes que conducían hacia el norte, en especial a la Villa de Guadalupe y Veracruz. El 14 de septiembre de 1905 se inaugura el mercado de la Lagunilla, construido por Ernesto Canseco. El mercado fue planeado como un centro de abasto de las nuevas colonias Guerrero y Santa María de la Rivera. La revolución mexicana trajo consigo gravísimos problemas, uno de los cuales fue la brusca disminución en la producción agropecuaria, tanto por la falta de mano de obra, como por el abandono de las haciendas por parte de sus propietarios. También afectó al comercio, pues la dificultad en las comunicaciones impedía el flujo normal de las mercancías.

Durante la primera mitad del siglo XX no se construyeron más mercados sino que empezaron a proliferar en las nuevas colonias y fraccionamientos los estanquillos o misceláneas y las verdulerías. En los años cincuenta el gobierno empezó a sustituir numerosos mercados, que eran barracas de madera y lámina, por edificaciones modernas. López Mateos construyó 88 mercados en la ciudad de México. A La Merced se le consideró el gran mercado por excelencia durante siete décadas, testigo de la modernización y el crecimiento urbano. De los 700 mil habitantes que tenía la Ciudad de México en 1900, pasó a casi millón y medio en 1930 y a 3 millones en 1950.  En 1957 se elaboró un ambicioso proyecto que supuso la demolición de casas en varias manzanas ubicadas hacia el sur y oriente de La Merced, en el Barrio de Santo Tomás de la Palma, al costado oriente de una moderna avenida: Anillo de Circunvalación.

Entonces, el 23 de septiembre de 1957, obra del arquitecto Enrique del Moral, se inauguró la última versión del Mercado de La Merced por el entonces presidente Adolfo Ruiz Cortines y el Jefe del Departamento del Distrito Federal Ernesto P. Uruchurtu. La obra compuesta por siete estructuras diferentes comprendió una superficie de 500 mil metros cuadrados. Los edificios fueron Nave Mayor, que fue diseñada para albergar más de 3 mil comerciantes de verdura, frutas y legumbres; la Nave Menor con una capacidad para más de 400 vendedores de abarrotes, carnicerías, pescaderías y similares; un Anexo con un poco más de 170 locales para hojalatería y ferretería; un cuarto Anexo para el área de comida preparada; el quinto edificio para vendedores de flores; “Mixcalco”, la sexta edificación fue destinada para la venta de prendas de vestir y una última dedicada especialmente al comercio de juguetes y herbolaria. Así, en los más de 500 mil metros cuadrados se dio cobijo a más de 5 mil locatarios, lo que fue parte fundamental para considerar al Mercado de La Merced como el más grande de Latinoamérica, gracias a los distintos artículos que ahí se ofertan.

Por otro lado, se construyó el mercado de Jamaica, inaugurado por el presidente Adolfo Ruiz Cortines en la misma fecha del Mercado de La Merced y del Mercado Sonora, siendo el primero en ofrecer estacionamiento para autos, contando con 1,150 puestos dedicados a la venta de flores, arreglos florales, plantas ornamentales y accesorios como macetas, ofreciendo aproximadamente 5,000 tipos de flores y plantas. El mercado es también uno de los principales vendedores de árboles de navidad naturales en la ciudad. Existe toda una sección dedicada a las piñatas, la mayoría hechas de cartón, y cubiertas de papel crepe, aunque existen también piñatas más tradicionales con una olla de barro en el centro.

El Mercado de Sonora es uno de los mercados tradicionales de la Ciudad de México, localizado justo al sureste del Centro Histórico de la Ciudad de México en la colonia Merced Balbuena. Este mercado se ha especializado en una variedad de mercancía como lo es la cerámica, artículos de fiestas, animales vivos, animales exóticos y accesorios para mascotas, artículos para limpias, como para quitar salvaciones, pócimas infalibles para atraer el amor, dinero y todo lo que se desee; y también lo hacen notable, la herbolaría y artículos relacionados con la magia y el ocultismo. Llamado anteriormente “Mercado de los brujos o Mercado de los animales” es uno de los mercados más emblemáticos y populares, conocido mundialmente por la magia y el ocultismo. Hoy en día la Nave Mayor de La Merced permanece sin acceso por un incendio y los locatarios utilizan una estructura provisional para ofertar sus productos. Durante las primeras horas del 27 de febrero de 2013, las llamas arrasaron con cerca de dos mil locales de la nave mayor del mercado, iniciándose los trabajos de restauración el 4 de noviembre de 2013. Varias personas perdieron sus cosas, sus mercancías, su dinero y hasta su vida. La jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, anunció que en el 2019 se otorgará un presupuesto de 200 millones de pesos, para rehabilitar el Mercado de La Merced.

La quemazón se originó en la línea de comidas y de ahí encontró un fácil combustible en la zona de piñatas, serpentinas y papeles para fiestas (puertas 17 a 22), luego se extendió en diagonal desde la puerta 24 hacia la 30; el fuego rodeó las salidas laterales del metro Merced que hasta la fecha se encuentran clausuradas. Bien decía el cronista urbano Salvador Novo, que el humano es el único animal que comercia; cuentan que incluso la madrugada del incendio la vendimia no paró. En cuestión de dos horas el fuego devastó casi 7 mil metros cuadrados, casi la mitad de la superficie total. Las más afectadas fueron la zona de comidas, chiles secos e insumos para tamales. La venta de frutas y verduras siguió su curso. Algunas anécdotas… La Antigüedad del barrio ha propiciado la creación de numerosas leyendas. Se cuenta que en el Templo de la Merced un ladrón entró para llevarse algunos objetos, pero para su desgracia el padre lo atrapó y le cortó una mano que puso en un frasco en exhibición para que nadie volviera a intentarlo; como referencia de este hecho, dicha mano fue presentada en la concha marina de la casa número 2 de la Plaza Alonso García Bravo.

Otro dato interesante es que, la tradición del “pilón”, ese extra que poco a poco dejan de dar los marchantes, inició como un obsequio para los niños. Cuenta la historia que los niños eran los encargados de hacer los mandados de sus madres. Llegaban a las tiendas a surtir las necesidades de la casa y los tenderos, en agradecimiento por sus compras y como un buen gesto hacia los menores, les obsequiaban un poco de esa mercancía que casi, sin excepción en todo negocio, tenían sobre el mostrador: ¡el piloncillo! De ahí el nombre del “pilón”, concepto que con el paso del tiempo dejó de ser ese regalito de dulce para los niños, se fue transformando en un extra de las mercancías que la gente compra en el mercado. ¡Ahí va el golpe, ahí va el golpe! Advierte un joven correoso con unos 14 costales de papa en su diablito, le da “chance” un viejo que empuja un tambo lleno de cáscaras de cebollas, mientras una señora con canasta de nopales en su cabeza, espera el paso. Son las cinco de la mañana y hay hervidero de gente en las naves de uno de los mercados más grandes de América Latina y quizá del mundo. ¡Esa es la energía y belleza del movimiento de mercancías en La Merced!

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